El estado natural de los padres es la preocupación permanente. Cuando nuestros hijos son bebés nos preocupamos por cuestiones menores como la rozadura del pañal y por cosas más importante y serias como el síndrome de la muerte súbita del lactante.
Cuando pasan a la siguiente etapa los problemas van cambiando y nos preocupamos por los rasguños y heridas que se hacen jugando en las rodillas y brazos pero también si hay un retraso en su desarrollo evolutivo. Y ya en la adolescencia, ¿qué te voy a contar? A medida que van creciendo también lo hacen nuestras preocupaciones. Por desgracia, este exceso de preocupación influye en nuestra manera de educar y actuar con nuestros hijos. Recuerda lo que dice el juez Calatayud: