Para empezar a trazar la figura del
docente del siglo XXI tenemos que dejar a un lado el desánimo y pesimismo imperante
tomando una actitud animosa y optimista frente a la situación que nos ha tocado vivir. Por el simple hecho de
dedicarnos en cuerpo y alma a la educación debemos creer en una posibilidad de
cambios. Y no solo digo debemos, es que estamos obligados a ello. Como destaca
el propio Miguel Ángel Santos Guerra “hay
contextos en los que decir que disfrutas trabajando es poco menos que una
herejía. Es incluso una estupidez. En ese ambiente lo que se lleva es
despotricar de la tarea, de las autoridades, de los alumnos, de las familias y
de la vida misma”. Nosotros no podemos ir por ese camino si realmente
queremos transformar la Escuela del siglo XXI.
Tenemos que confiar en nuestra labor
silenciosa (y en ocasiones silenciada) porque si no, ¿quién lo va a hacer por
nosotros? En educación los cambios y las transformaciones son muy lentos y los
resultados son a tan largo plazo que es posible que ni tan siquiera los lleguemos
a ver . Para ello debemos empezar por considerarnos a nosotros mismos como nos denomina
Javier Urra: “El profesional de la
esperanza”, “constructor de presente y futuros, el maestro es un referente, un
ejemplo vivo y continuado”, “es fundamental que los padres valoren y transmitan
a sus hijos el cariño, respeto y gratitud a los maestros, que estén en continuo
contacto con los mismos, que escuchen sus argumentos, que sancionen a sus hijos
por su bien cuando el profesor haga saber conductas que lo requieren”. Pero
estos cambios y transformaciones solo serán posibles si realmente estamos
convencidos de que se pueden conseguir. Es de ese modo cuando dejaremos de
hablar de desprestigio de la labor docente y devolveremos a la escuela y sus
profesores al lugar que merecen. Por algo en Finlandia, donde la educación es
un tema prioritario, están obteniendo unos excelentes resultados en el famoso Informe PISA, ¿crees que allí no se
valora la función y el papel del profesorado?
En el mismo artículo que he
mencionado anteriormente, Santos Guerra señala que “hay países donde aquellos que desean ser químicos van a la facultad de
química y quienes quieren ser profesores de química al Instituto Pedagógico de
Química y allí aprenden química y a ser profesores de química. Y para acceder a
los Institutos Pedagógicos es necesario haber alcanzado una puntuación mayor
que para entrar en las Facultades. Es decir, la filosofía se muestra con
claridad: los mejores, a la enseñanza”. Vamos, igualito que aquí en nuestro
país…
Debemos seguir el camino marcado por
estos países si queremos alcanzar el nivel y la calidad que ellos poseen en
educación. Eso no significa que tengamos que copiar lo que hace Finlandia y demás países ya
que nuestra realidad cultural, social y educativa es bien distinta. Ojalá fuese
tan simple como copiar e imitar lo que se hace allí... Tenemos que buscar nuestro propio modelo. Y es justo por ahí por donde debemos empezar. No podemos perder tiempo, el mañana empieza hoy mismo. Es el futuro de la infancia y de la sociedad lo que está en juego.
Me gustaría terminar esta entrada citando un fragmento del precioso
artículo publicado en El País Semanal por Manuel Rivas que lleva por título “Amor y odio en las aulas”. Dice así:
“Mucha gente considera
que los maestros de hoy viven como marqueses y que se quejan de vicio, quizás
por la idea de que trabajar para el Estado es una especie de bicoca perpetua.
Pero si a mí me dan a escoger entre una expedición Al filo de lo imposible y un
jardín de infancia, lo tengo claro. Me voy al Everest por el lado más duro y a
pelo. Ser enseñante no sólo requiere una cualificación académica. Un buen
profesor o maestro tiene que tener el carisma de un presidente del gobierno, lo
que ciertamente está a su alcance, la autoridad de un conserje, lo que ya
resulta más difícil, y las habilidades combinadas de un psicólogo, un payaso,
un dj, un pinche de cocina, un puericultor, un maestro budista y un comandante
de la KFOR. Conozco a una profesora de Ciencias Naturales que sólo desarmó a
sus alumnos cuando demostró unos inusuales conocimientos futbolísticos, lo que
le permitió abordar con entusiasmo la evolución de las especies. Y a un
profesor de Matemáticas que consiguió hacerse con la audiencia tras interpretar
un rap Public Enemy Number One”. Y añade, “ Todo lo que pasa, y lo que se avecina, no tiende a disminuir la
importancia de la escuela sino todo lo contrario. Y la desmoralización del
profesorado debería transformarse en una nueva autoestima, en un nuevo orgullo”.
No tiene desperdicio. Ojalá los docentes nos veamos de este modo a
nosotros mismos. Lo necesitamos para ir en buena dirección...
En conclusión, ser docente es una forma de vida. Como dice esta extraordinaria cita de Emilio Lledó:
“Enseñar no solo es una forma de ganarse la vida, es sobre todo, una forma de
ganar la vida de los demás”
Si te ha gustado el artículo compártelo en Facebook y Twitter. Muchas gracias por dedicarme tu tiempo!!
Enhorabuena, Óscar, me ha gustado mucho la idea fuerza: ... enseñar es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los demás...
ResponderEliminarMuchísimas gracias José Luís. Me alegra que te haya gustado. La verdad es que necesitamos transmitir con entusiasmo que ese es el trabajo que tenemos encomendado: "ganar la vida de los demás..." Mil gracias por dedicar tu tiempo a leerlo y por el comentario. Seguimos en contacto. Un abrazo enorme.
EliminarMagnífico artículo. Estimula y permite reevaluar tu práctica a la vez... Gracias. Lo compartiré con mis colegas de mi UGC Humanidades y Sociales.
ResponderEliminarDiego
Muchísimas gracias Diego, me alegra que te guste. El objetivo del artículo era ese: estimular y al mismo tiempo que nos replanteemos nuestra acción educativa diaria. Mil gracias a ti. Por supuesto que puedes compartirlo y te lo agradezco. Un abrazo enorme!!
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