Estamos educando a nuestros hijos bajo el lema de que más es mejor. Pero es muy alto el precio que debemos pagar si damos más valor a la cantidad que a la calidad. No disfrutaremos de las cosas, ni de las situaciones ni de las personas si siempre estamos corriendo, pasando de una cosa a otra... Vivimos en un mundo hiperacelerado donde todo va deprisa. No dejamos que nuestros hijos se detengan a observar una flor o un insecto. Al segundo ya les estamos empujando: ¡Venga vamos, que no llegamos! Y esto tiene consecuencias. Como destaca Alicia Banderas "los niños ya poseen el deseo de conocer y asombrarse por las cosas que os rodean, sólo hay que facilitarles las oportunidades para descubrir el entorno por sí mismos". Pero ¿les permitimos que lo descubran desde la calma y la tranquilidad? Difícil si caemos en la vorágine de este mundo de prisas que no se detiene.
Somos los adultos los que transmitimos a los niños esa ansiedad por pasar de una cosa a otra, por pensar que no tenemos tiempo, que todo lo que hacemos es verdaderamente urgente, etc. Somos los adultos los que les transmitimos nuestro estrés, nuestras prisas y nuestras urgencias... ¿por qué no lo cambiamos? Está en nuestras manos.
Fruto de no dedicar tiempo a parar, a detenernos es la sobreestimulación a la que están sometidos nuestros hijos. Y nuestro objetivo como padres y educadores debe ser ofrecerles la oportunidad de "conectar consigo mismos". El ser humano crece de dentro hacia afuera y no al revés.
Una planta necesita espacio para florecer; si no lo tiene su crecimiento se ve dificultado. Nosotros no somos distintos. Para aprender y crecer precisamos de espacio. Cuando nos damos cuenta de ello tomamos conciencia de la necesidad de crear espacio para nosotros.
Ahora bien, ¿cómo podemos hacerlo? Muy sencillo pero a la vez muy complicado porque no estamos acostumbrados a ello. Podemos crear espacio a través del silencio. Como destaca Tal Ben-Shahar "si llenamos todos los momentos de la vida de sonidos, no podemos descubrir nuestro potencial".
Y por eso nos cuesta tanto, porque hemos sido educados con la distracción de estímulos externos, aparatos de música, televisión, etc. Y ahora nuestros hijos tienen muchísimos estímulos más (smartphones, tablets, etc. que les ponemos delante para que produzcan un efecto hipnótico y tranquilizado consiguiendo el efecto contrario, una hiperestimulación) . Por eso es necesario que eduquemos a nuestros hijos para que aprendan a vivir y abrazar el silencio. De esa forma aprenderán a vivir y saborear cada minuto de su existencia.
Vivimos en un mundo adicto al ruido: los niños necesitan música para hacer los deberes, las familias necesitan la televisión de fondo cuando se sientan a comer o cenar... ¿de verdad todo esto es necesario? Como destaca Robert M. Pirsig "el ruido se ha convertido en un elemento tan importante en la vida que cuando no está presente, lo ansiamos" pero "cada vez hay más estudios que apuntan al alto precio que hay que pagar por esta estimulación constante del oído. El silencio es necesario para aumentar la creatividad, tener una conexión más intensa y profunda con el entorno y con nosotros mismos, tener un mayor desarrollo físico y mental y niveles superiores de felicidad". ¿No te parece interesante? Vaciemos la vida de nuestros hijos de ruidos y llenémoslas de silencios.
EN LA PRÁCTICA ¿Cómo podemos hacerlo?
Para conseguirlo podemos usar sencillas técnicas de meditación o Mindfulness adaptadas a los niños. Existe un "juego" creado por la filosofía Montessori para esta finalidad. Puedes ver la explicación del mismo en la web de Cristina Tébar (Montessori en casa). Lee el artículo completo aquí. Esta sería la manera de hacerlo:
- Sentarse en círculo y explicar a los niños que vamos a hacer el Juego del Silencio
- Preguntar a los niños si son capaces de quedarse tan quietos y silenciosos como una planta, como una flor…
- Invitar a los niños a cerrar los ojos y mantener el silencio.
- Se puede empezar con 30 seg e ir aumentando a medida que los niños aguanten más tiempo en silencio.
- Al terminar el tiempo se puede llamar a cada niño por su nombre para que vayan saliendo del círculo en silencio, o bien tocar una campana o similar para que todos los niños sepan que ha terminado el juego.
- Se pregunta a los niños qué han sentido, qué han escuchado durante el silencio…
Aquí puedes ver un vídeo de un niño de 3 años jugando al "juego del silencio". Es fantástico, ¿no te parece?
¿Te animas a ponerlo en práctica contigo mismo y con tus hijos? Te invito a que nos cuentes tu experiencia...
Llamamos ruido a todo aquello que dificulta la percepción correcta de un mensaje. Vivimos en un mundo ruidoso, saturado de estímulos inconexos e intranscendentes, en el que lo accesorio oculta o distorsiona lo fundamental: motores, zumbidos, alarmas, radios y televisores, noticias, balances, series, anuncios, cotilleos y resultados deportivos; pero también ideologías, obsesiones, miedos y preocupaciones. Ruidos ajenos y ruidos propios. Por eso es tan difícil estudiar, porque el ambiente y las circunstancias no ayudan a hacerlo. Pero eso, la forma de encontrar el silencio necesario, también se puede educar.
ResponderEliminarPara encontrar el silencio hay que ser conscientes del ruido, hay que aprender a reconocerlo más allá de lo evidente. Es ahí donde debe intervenir el educador.
Porque, más que con el sonido, el ruido tiene que ver con la armonía. Cuando hay armonía no hay ruido, puede encontrarse el silencio aunque todo esté sonando.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/educar-en-el-silencio/